Charlas, truchas, alumnos y maestros
El primer día que entré en una fragua, no sabía hasta qué punto me iba a enganchar al hierro. Cuando accedí como alumno en la escuela taller de Guadalajara, no fue algo vocacional, sencillamente buscaba un trabajo, en forja quedó una plaza, y allí fui, no hubo elección, simplemente hueco. Mis primeros días los pasé pegando martillazos a una pieza de plomo, hasta que de allí saliera un cortafríos sin mella alguna. Era complicado, un metal tan blando, que prácticamente se marca de un puñetazo, estampaba sobre su superficie el más mínimo error que cometía, así durante varios días, forjaba, presentaba, fundía, vertía en la lingotera y, volvía a forjar, hasta que al final, de tanto repetir el ejercicio, el cortafríos se manifestó.